Friday, October 26, 2007

Flor tropical en el invierno o una visita a la ciudad de Hartford


Visité la ciudad de Hartford un miércoles helado de enero. Llegué a las once y cuarenta y cinco para una cita al mediodía con dos datos: la avenida se llamaba Capitol y el lugar la Paloma Sabanera. Aunque soy despistado me acato a la puntualidad, lo cual me obligó a preguntar la mejor manera de llegar.
--The pailoma what?
Era una pérdida de tiempo, siendo que iba apurado.
--¿Capitol Avenue?
Estaba a tres minutos, respondieron los tres caballeros que llevaban el oficio de contadores escrito en la corbata.

La historia
Los puritanos ingleses convencieron a los indios que les vendieran el territorio que habitaban. El concepto de propiedad de las tierras les era extraño a los indios. La tierra, como el aire y el agua, no tenía dueño. Y vendieron su territorio pensando que los europeos seguirían el camino en cuanto se agotaran los recursos. Los que se resistieron a vender sus tierras también las perdieron en el campo de batalla.

En 1630 se fundó la ciudad de Harford. Establecida la supremacía inglesa, y contrario al mestizaje que se manifestaba en las colonias españolas al sur del continente, los indígenas fueron marginados hasta la extinción. De la época colonial queda en impecable condición, según la guía turística, la casa que construyó el religioso George Graves en 1634. ¿Y de los indios que queda? El nombre del estado que deriva de Quinnehtukqut, del idioma de los mohicanos, “Lugar del río largo o La orilla del largo y portentoso río”.

La economía de Hartford giró en torno a la agricultura y la industria, sobresaliendo el cultivo del tabaco y la manufactura de productos de bronce. La demanda de mano de obra fue un imán para propios y extraños. Iban llegando a través de los años oleadas de inmigrantes europeos, esclavos liberados del Sur del país, y cuando estalló la Segunda Guerra Mundial y los obreros se vieron obligados a vestir uniforme militar, la fuerza laboral la suplieron los puertorriqueños.

Ganaban 50 centavos la hora. Se trabajaba en las plantaciones de tabaco sin una alimentación apropiada, sin cuidado médico, “con un tipo con revolver en mano”, recuerda Florencio Morales. En los cuartos de alquiler no había estufas, por lo que iban al restaurante. “Durante aquel tiempo, íbamos a los restaurantes con una capacidad limitada de pedir diferentes comidas. Desayunábamos jamón y huevos por la mañana, jamón y huevos al mediodía, y por la tarde, jamón y huevos. Entonces aprendimos a decir "pollo" o algo [diferente en inglés] y variábamos un poco hasta que aprendí el menú bastante bien”, dice Juan Román. Ambos testimonios constan en el documental Nuestras Historias.

Fueron días difíciles. Aquellos pioneros tuvieron que sobreponerse a las inclemencias del clima, la discriminación, la barrera del idioma, y de a poco establecieron lo que sería el asentamiento más importante de latinos en Nueva Inglaterra. Allí está el inicio de los muchos profesionales latinos que hoy en día forman parte de la pujante economía de la capital mundial de los seguros.

Entonces apareció ella
George Washington calificó a Connecticut de “el estado del abastecimiento” por las municiones y víveres que suplió durante las guerras de la independencia. En la historia iba pensando, manejando al ritmo del piano lírico de la radio local de jazz. Pero la historia se detuvo en seco ante un espectáculo inusitado. Apareció en la esquina y comenzó a cruzar la calle, rascándose un seno impúdica al andar, una flor desquiciada del mar Caribe por lo menos 320 grados latitud norte. Otro hábito que tengo es medir las distancias culturales en grados de longitud y latitud. Otro es poner de lado lo que sea por ver a una mujer pasar. Mucho tiempo atrás un profesor trató de disuadirme de la disposición a lo impráctico con el argumento del pragmatismo. Hace poco le escuché repetir una idiotez análoga a una agente literaria de Manhatan que se vanagloriaba de haber colocado un libro intitulado ‘Pensar como latinos pero actuar como anglos’. He ahí un ejemplo que vale tres disertaciones sobre las lacras del colonialismo cultural.

Sin reparar en las urgencias de una fila de chóferes detrás, contemplé a esa mujer embelesado, saboreando despacito cada movimiento como lo añejo de un ron. Coñó, me habría soltado un coño el chofer de atrás si hubiera nacido en un bario del Caribe, y añadido: ¿Es que jamás viste a una mujer rascarse un seno? Como esa no, mi hermano.

Un ave en peligro de extinción
Y allí estaba en una esquina la paloma sabanera pintada en el rótulo sobre la puerta y un ventanal que, como diría García Márquez, sabía a café. La paloma, me enteré, endémica de Puerto Rico, estaba en peligro de extinción, amenazada por la deforestación.

Cuatro personas almorzaban: un grupo de tres y un hombre solo en la ventaba. Otros cuantos tomaban café. El dueño, Luis Coto, me invitó a pasar. No conocía en persona al director de la red de profesionales latinos (HPN por las siglas en inglés), pregunté por él.
--Aun no llega –contestó Luis--, ¿te sirvo café?
Me senté y hablé con el hombre de la ventana sobre las virtudes y defectos de Caracas, la Habana y Buenos Aires.
--Lo que a la Argentina le salva es el Che –dijo, contándome que viajaba con frecuencia a Cuba.
--No se puede uno olvidar de Cortázar –le recordé, recordando aquellas bellas líneas de Rayuela.

Sobre la salud
Como sucede siempre con los caribeños, después de un par de minutos, conversábamos como si nos hubiéramos conocido de siempre. Gil Martínez es el Director HPN, un enlace que trata de agrupar a los latinos del estado, darle cabida a l concepto de comunidad. Entonces se nos unió José Medina, un publicista también boricua. En el fondo un saxofón acompañado de congas y contrabajo irrumpía descarrilándole a la gente de las conversaciones más serias, induciéndoles a la palabra esa tan linda del ensueño.

Hablamos de salud. La razón de mi visita era organizar una presentación sobre la salud del corazón. El estado de la salud de los latinos es precaria. Los factores de riesgo para las enfermedades cardiacas han alcanzado proporciones epidémicas. La esperanza de vida de la población general de Connecticut es 80 años. No obstante un hombre latino apenas puede esperar llegar a los 59. La disparidad es escandalosa. Hablamos de estrategias para educar a la comunidad.

Se había llenado el café. Los asiduos se conocían todos, hombres y mujeres, se saludaban con un beso, un abrazo. Para salvar ciertas especies a veces hay que hacerlas poesía, una pintura o, en el caso de la familia Coto, para resguardar la paloma sabanera la hicieron una librería café, la esquina del movimiento, el apretón de manos de una comunidad.

Nos despedimos a las tres
Había comenzado a nevar. Los dos nuevos amigos me indicaron con precisión matemática la ruta a seguir para regresar. Así lo hacia. Entonces reconocí la calle por donde cruzaste tú. Tú, con esa descarga de congas en el caminao, con tu rascar impúdico, con tus caderas de playa, y doblé por donde te fuiste tú, y volví a doblar como reconociendo el rastro de tu aroma, arroz con coco, cilantro y canela, y doble tres veces más, cuatro, y al final, claro, me encontré completamente perdido.

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